jueves, 7 de agosto de 2014

La estatua

Desde que vine al mundo sólo me planto todos los días, a todas horas, sin descanso ni tregua, frente a una multitud de transeúntes, ejerciendo mi trabajo, ejerciendo mi vida.

Nunca me he parado a pensar si lo que hago es lo mejor, ni siquiera si tendría la oportunidad de levantarme y cambiar las cosas. Quién sabe, quizás haya pasado tanto tiempo desde que estoy aquí que, si ahora lo intentara, sería demasiado tarde.

Es por eso que no merece la pena ni probarlo. Es una pérdida de tiempo intentar conseguir algo sabiendo desde el principio que vas a fracasar; no tiene ningún sentido.

Hace tanto que tomé la decisión, y tan poco que comencé a replanteármela… Ya he echado raíces, no puedo arrancármelas y seguir adelante como si nada pasara. Las he alimentado con el tiempo y la ignorancia, y han crecido muy fuertes, al menos más que mi ambición y voluntad.

Ojalá no me hubiera pasado esto a mí, ojalá hubiera podido salvarme. Ojalá pudiera cambiar, hacer lo que siempre he soñado y no sólo subsistir aquí parado.

Quisiera ser una de esas tantas personas que veo cada día. Todas diferentes, todas con sus vidas, su felicidad y su tristeza pero, al fin y al cabo, libres. ¡Cómo lo deseo! Pero no puedo, y estoy condenado a verlas pasar, y pasar, y pasar… Durante toda la eternidad.

Y no es mi culpa, ni la suya, pero no hace falta culpable para que haya daño. ¡Ay! Si yo pudiera… Pero no puedo, y aunque siempre tenga tiempo, no merece ni un segundo intentar alcanzar lo inalcanzable.

¾¡Eh, tú! ¿Qué haces? ¡Deja de perder el tiempo y sigue trabajando!

¾Sí, perdón, jefe...

No hay comentarios:

Publicar un comentario